lunes, noviembre 09, 2009

Just-as-nonchalantly comeback

Cuando has vivido en una casa toda tu infancia, conoces a todos los vecinos. Sabes quienes son los que pelean en las noches, sabes que no es la última vez que la vecina le lava sus garras mugrosas al vecino, sabes que la hija del otro vecino es una puta (y su madre también—dice la hija), y sabes de quién son esos calzones que el viento se llevó y posó en el pasillo.

Volver al lugar donde ya antes viviste entonces sólo sirve para confirmar tus sospechas. Algunos vecinos también encontraron algo mejor. Y otros se regodearon en las migas dejadas atrás. O decidieron que podían buscar nuevos horizontes sin ir muy lejos.

Mis otrora vecinos de al lado siempre fueron moderadamente molestos. Un par de horas de Leo Dan los domingos, y de Shakira entre semana, no parecía muy grave.

El problema es que los morritos eventualmente crecen e inevitablemente consiguen trabajo. Y dinero. No tengo nada en contra de que se superen.

Pero con un poco más de abundancia, ahora tienen el departamento del otro lado. Lo que significa que se sienten con derecho de aventar fiestas —de auténtico patio de vecindad, con todo y sus pintorescos tendederos de barandal—, y poner las bocinas de su equipo de sonido justo en mi ventana. Y con una frecuencia inusitada. No hay derecho…

Así que la estrategia sugerida por el buen Ratón, desde luego, es una reductio ad absurdum. Después de todo, además de ingeniero soy “músico”, y quizás no escribo sonatas contrapuntales, pero tengo más de 100 watts de poder británico Marshall para la guitarra.

Soy vil, soy despiadado, y además tengo tapones para los oídos.

Y no hay peor martirio que escucharme intentar Eric Johnson, Steve Vai o Joe Satriani. Ah no, sí lo hay: escucharme después de 5 meses sin tocar. No se pierdan la segunda parte, dentro de un par de meses.

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