jueves, febrero 17, 2011

Draw, pilgrim

Una las muchas aficiones que he tenido en mi vida es dibujar. No soy muy bueno en mis trazos, pero he desarrollado la capacidad de plasmar en papel mi percepción espacial, que es bastante buena.

Cuando iba en la prepri era común tener que ilustrar las palabras de vocabulario en inglés. Se supone que debía de ser con recortes de revistas, pero eso es una pachanga para los padres. Así que en ocasiones mi papá prefería ilustrarlos él mismo. Ahí comenzó mi idea de que algún día podría dibujar igual de bien.

En la primaria siempre me calificaron de distraído por mi capacidad de escuchar palabras clave de una plática ajena mientras hago otra cosa — no me funciona con pláticas propias. Sumado a mi hábito de ponerme a leer los capítulos avanzados del libro en lugar de resolver los ejercicios, pues siempre sabía de qué se estaba hablando en la clase.

Como sea, por esta costumbre me movieron de lugar junto con un colega llamado Ricardo Cadena. Y en la clase de dibujo de los viernes me di cuenta que su cuaderno tenía muchísimas más hojas ocupadas — todos sus cuadernos tenían más dibujos que apuntes. Estaba dibujando una especie de juego de fútbol americano, y declaré que quería participar. El resultado fue una especie de juego interactivo en el que uno dibujaba al receptor, y si el otro era suficientemente rápido pondría al esquinero antes de que el lápiz, trazando la trayectoria del balón, llegara a su destino.

Ahí fue el principio del fin.

Pronto me acabé mi cuaderno de dibujo que estaba lleno de pequeñas secuencias de acción con Batman, Super Mario, Bart Simpson y las mismísimas Tortugas Ninja. Las primeras 20 veces fue difícil explicarle a mi mamá a qué hora dibujaba tanto. Ya después se acostumbró.