lunes, junio 02, 2008

Whatever became of us...

¿De qué vale la distinción entre la ficción y la realidad? Si de cualquier forma, la aceptación (y validación) de cualquiera de ellas recae en el observador y no en el sujeto.

Es la revelación de una verdad hundida en el olvido. Como encontrar un billete en la chamarra.

Sugiere Borges que periódicamente somos hombres nuevos, y cada —digamos— 10 años podemos hablar de otra vida, por encontrarnos en un contexto completamente distinto. Yo agrego que la vida es como un manglar, y nuestras raíces se aferran a la corriente, que pasa entre nuestros dedos, a veces en formas imperceptibles.

Toda esta cacería, sin embargo, puede no ser sino la persecución de una inquietud apenas recordada, sepultada bajo todos tus recuerdos — pero no carente de importancia, pues es el cimiento de ellos.

Durante la infancia no comprendes la distinción entre adulto, adolescente y niño. Y no hablo de responsabilidades, ni tampoco de la inmolación y la negación de los placeres. Bueno, quizás sí, un poco — pero no lo enfoco así porque a mí no aplica: soy hedonista. Hablo de tus diversiones, tu alcance, y tus espectativas.

Antes el tiempo se medía por horas y minutos. Ahora las semanas son una borrosa distinción entre los días. La escuela te permite dividir el tiempo en periodos, parciales, trimestres, semestres... El trabajo, en cambio, es repetitivo, y te mantiene, si lo permites, en un estado mental de deja vu constante.

Es ahí donde la mayoría de los adultos se amargan. Y creen que lo saben todo, que lo vivieron todo y que nada les sorprende. Encerrado en una caja tan pequeña, es fácil saber todo lo que hay en ella. Pero fuera de la caja el mundo es inmenso.

Si pierdes tu capacidad de asombro, te has convertido en un zombie.

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