En sexto de primaria Luis Humberto y su hermano Miguel me invitaron a participar en un juego que tenían que consistía en masacrar a sus alter-egos de monito de palitos. Para esto se dibujaba al monito en la silla eléctrica, siendo atacado por motosierras o cualquier otra muestra de ultraviolencia.
Pero fue con otro compañero, José Becerril, con quien comenzamos una idea más ambiciosa al abandonar los dibujos de palitos y adoptar personajes, principalmente de Saint Seiya — los meros meros Caballeros del Zodiaco. Esto fue porque me vio haciendo un 'estudio' del daño de la armadura sobre mis intentos de dibujar a Saga de Gemini.
Hicimos algunos ensayos de combate sobre una regla sencilla: en una cantidad limitada de cuadros había que dañar al personaje del oponente. El resultado era hilarante.
Entonces Oscar nos propuso hacer un cuaderno completo y vendérselo por 20 pesos. Para asegurarnos de tener contenido cada quién eligió tres personajes y algunas reglas que impedían matar personajes o resucitarlos con extrema frecuencia. Al final dejaban de combatir para unirse en contra de un enemigo común pero no recuerdo si dibujamos o no esa batalla. El caso es que fue un éxito.
En la secundaria le presenté esa tradición milenaria a Christian y a Picaso. No usábamos un cuaderno, sólo nos pasábamos una hoja, y teníamos que declarar una cantidad limitada de personajes desde el principio. Yo recuerdo haber participado en no menos de 40 de estas que llamamos Guerras de Historietas. Después César se unió.
Cuando pasamos a segundo grado estuvimos en grupos separados, pero eso no era impedimento: nos pasábamos las hojas entre clases.
Un día estuvimos César, Picaso y yo juntos en una hora sin maestro, y les conté de la hazaña de sexto de primaria. Así que tomamos un cuaderno en blanco y decidimos usarlo para una guerra súpermasiva. Como necesitaríamos muchos personajes decidimos hacer una lista maestra. Empezamos con los clásicos caballeros del zodiaco y superhéroes de moda, pero Picaso fue de la idea de usar al maestro Sapo (peor conocido como Virgilio), y de ahí fue un debraye que nos provocó muchas carcajadas.
Les dije que no era buena idea usar a esos personajes y los convencí de sólo tomar a 10. Aún creo que agarramos maestros y prefectos, pero la historieta empezó sin broncas. Cada quién tenía derecho a usar 5 cuadros, o en algunos casos podría usar menos para luego gastarlos. Los personajes no debían ser exterminados sin oportunidad de sobrevivir una página y no podía usarse la misma justificación de resurrección más de una vez.
Todo comenzó más o menos bien hasta que le decomisaron el cuaderno a César. En la página de atrás estaban nuestros nombres y nuestra lista de personajes (más de 40 incluyendo profesores), todos con apodo y algunos hasta con ilustración. Yo no vi cuando lo decomisaron, y cuando me llamaron a comparecer a orientación ya estaban ahí César y Picaso.
La verdad no recuerdo que haya sido muy extremo el regaño. De hecho lo más difícil fue confesar qué maestros correspondían a los apodos. Y también explicar un golpe que Hyoga le aplicó a Seiya en los gumaros y del cual supuestamente se salvó porque traía el suspensorio de bronce — que se sacó para mostrarlo y recibió una segunda dósis de la cual ya no se salvó.
Amenazados de expulsión (porque, finalmente, la hoja final hablaba de 'matar' a los 'maestros', duh) y bajo promesa de no reincidir, fundamos otro cuaderno. Este tenía la cualidad de que sólo nos lo llevábamos el fin de semana para reducir nuestra exposición a más problemas. A diferencia de todos los otros dibujos, ese cuaderno aún lo tengo en mi poder.
Ya no pude convencer ni a César ni a Picaso, pero sí a Carlos, un amigo con el que jugábamos Pro-Action Football. Hicimos nuestra propia guerra de historietas basada en fútbol extremo entre el Cruz Azul y el Guadalajara. Era como una fusión de Supercampeones y Mortal Kombat.
Y ahí fueron las últimas guerras de historietas.